27 marzo, 2009

ESPLENDOR EN LA HIERBA

De pequeña lo viste claro.
Niña, te dijo quién te quería, ni lo intentes,
el primer año es lo único
luego, las cosas cambian, se transforman.
Odio la palabra transformar.
La mujer sincera y no censada te susurra: no cambian, se estropean.
Esplendor en la hierba film.
Te crecen las tetas en un rubor caliente y rosa.
Los días son luminosos, sólo cuando los recuerdas.
La regla te resbalaba por dentro en el patio de un colegio
mientras la observas con el sentido perdido en la copa de los arboles.
Ni lo intentes. Y lo intentas.
Las horas. Poemas. Inofensivo almendro. Estricta frescura.
Las cosas cambian efectivamente, las cosas se estropean efectivamente.
Y otra vez. Y otra. Y otra.
Hasta el máximo esfuerzo.
Hasta berrear: tú estrella no brilles cuando quieras,
¡no huelas almendro!
Y con el silencio de la respuesta todo se desgranara entre las manos, se esparcirá en cartulinas azules y surcos caducos.
En silencio bajas a la tierra húmeda, útero de espejos.
Y durante el tiempo que dura un parto pierdes la resistencia fabricada con alambres.
Y como la vida es así de sencilla, un día,
y sólo porque ella quiere,
lo ves.

11 marzo, 2009

Las cabezas de los cinco hombres ya están en las neveras. El asesino cierra la última tapa y se sienta encima. Reposa la cabeza sobre las manos. Las venas se le marcan, manos de labranza sin arado.

Detrás de él, la selva está en primavera. Las hojas verdes y céreas brillan. Duras, solidas, con nervios de clorofila fluyendo. Las flores abiertas a los insectos, las colinas con campos separados por muros. La niebla húmeda recorre el valle, lo fecunda de agua.

El paisaje, en fin, de un paraíso.

¿No es la belleza un bien capitalista?

09 febrero, 2009

En una ciudad de Tokio
recorrida por kilómetros de tubos fluorescentes
observada como halcón y de noche,
imagino a cada japonés soñando
y los sueños elevándose como una proyección.
Consigo llenar la ciudad de personajes
traspasados unos por otros,
memoria colectiva
segundo piso de vida sincera.
Eso que veo es para el niño que duerme
en una haima redonda en el desierto
y que no sabe qué es el cine.

En el desierto sale el sol
las cinco de la mañana.
La luz rosa redondea tu cara,
roza la manta gris del camello.
Tiempo de arena en la duna.
Un príncipe, que solo vive para una rosa,
cae lentamente
como cae un árbol.
Eso que veo es para el tipo encerrado en la ventanilla del banco
que me mira agitando su reloj de muñeca.

Mi habitación, uno de noviembre
Elijo fotos, brillo, mate
marco, papel, cartón, caja.
Colgadas con chinchetas
En hilera de zarcillos seducidos
que siguen un criterio,
de menor a mayor: pasión.
Ojos abiertos,
dos mil setecientas fotos, 30 años.
Esa visión es para las tías brujas, los tíos toca-huevos
las abuelas machaconas,
las madres sumisas que ríen cuando me ven intentar la eternidad.

Mi mano reposa sobre la torre de hojas escritas
La obra
El autor
Esa visión es para el comercial que espera mi correo urgente,
mal escrito.
Para la vida sin aire.

Vuelvo a lo alto,
abajo ya no es Tokio,
mi sigue sobre la tuya.
Abajo la torre Eiffel, navidad,
Una estructura metálica con rayos
que recoge tu cara.
No se me ocurre mejor lugar,
La visión imborrable de Paris
es para mi secreto
que empieza a tejerse como idea.
Esperanza.