11 marzo, 2009

Las cabezas de los cinco hombres ya están en las neveras. El asesino cierra la última tapa y se sienta encima. Reposa la cabeza sobre las manos. Las venas se le marcan, manos de labranza sin arado.

Detrás de él, la selva está en primavera. Las hojas verdes y céreas brillan. Duras, solidas, con nervios de clorofila fluyendo. Las flores abiertas a los insectos, las colinas con campos separados por muros. La niebla húmeda recorre el valle, lo fecunda de agua.

El paisaje, en fin, de un paraíso.

¿No es la belleza un bien capitalista?

No hay comentarios: